Santisima Trinidad

Vivir la Trinidad

Siempre el complejo tema de la Trinidad. Esa relación, unión y donación que nos asombran y desconciertan. Es lo que tienen los misterios: nos fascina pensar que podemos desentrañarlos y por otro lado, nos defrauda resolverlos porque dejan de ser misterios.

Padre, Hijo y Espíritu Santo, unidos por el amor, viviendo en amor, generando amor.
Visto así, queda muy bonito, pero no nos parece excepcional, único, reservado a lo divino, pues muchos de nosotros tenemos esa misma experiencia en nuestras familias, con nuestros amigos, en la parroquia, en el trabajo...
El amor mutuo que une y fortalece a la Santísima Trinidad ya no es, para nosotros, un misterio.
Pero ¿quién regala al hombre su capacidad de Amor?, y más difícil: ¿por qué?
Siempre hemos oído que Dios es Amor, amor que se nos regala, amor que sale de sí y crea, amor que genera vida y Amor.

Dios es Amor, pero... ¿de dónde sale su experiencia de Amor?
Todos somos capaces de Amar, pero para ello necesitamos dos requisitos: haber tenido experiencia de ser Amado y un objeto de Amor.
No podemos conocer al amor si no tenemos esa experiencia de ser amados, y no podemos amar si no tenemos un objeto de amor, si no tenemos a quien amar.

En el siglo XIX hubo un gran avance en la sociología cuando apareció en Nuremberg el primer “niño salvaje”, Kaspar Haüsen. Había crecido solo en una selva, sin contactos humanos. Era frío y calculador, agudizado su ingenio, pero falto de cualquier clase de sentimientos y emociones: no sabía lo que era el amor.

Dios es amor, y es amor porque sabe lo que es amar y ser amado, porque en la unión de la Trinidad todos son el amor, el amante y el amado. ¿También Dios necesitaba esta experiencia para sentir, saber y generar amor? No lo sé, es una mera elucubración.
Dios experimenta tanto amor por su Hijo, el Hijo le devuelve tanto amor al Padre, que no puede quedarse para sí esa experiencia tan hermosa, y por medio del Espíritu (el amor que les une) crea y genera vida de Amor.
Su preciosa experiencia nos crea, nos constituye. Dios no puede quedarse para si el Amor, después de su experiencia Trinitaria siente el deseo de compartir y se regala, se dona en la Creación, nos hace objetos de su amor, “a imagen y semejanza”. Por haber nacido del Amor somos capaces de amar.

Ahora vivimos esa experiencia con cotidianidad, pero, en el fondo, ¿no es un gran Misterio que, viviendo Dios en continuo amor generado, sentido y regalado en el seno mismo de la Trinidad, haya tenido a bien regalarlo al mundo en la Creación, en su continua revelación, y al final en su propio Hijo?
Creo que en vez de intentar desentrañar El Misterio, más nos valdría vivir el misterio del amor de Dios.

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