Sencillez.

Dios viene a ti ¿a lomos de quién?
En la primera lectura de hoy oímos: “dice el Señor: «Alégrate, hija de Sión; canta, hija de Jerusalén; mira a tu rey que viene a ti justo y victorioso; modesto y cabalgando en un asno, en un pollino de borrica” ¿Podemos hoy imaginarnos un rey cabalgando en un asno? Por un minuto imaginemos al Presidente de nuestro país o a cualquier persona importante yendo encima de un asno. Hay cosas que ni somos capaces de imaginar, no forman parte de nuestra asociación espontánea de ideas, no nos imaginamos casi ni a nosotros mismos encima de un burro…, mejor un coche por pequeño que sea, al menos nos resguarda del frío y del calor, caben más personas, es más cómodo, llegamos antes… Con esto no pretendo rechazar la probable necesidad de muchos a tener y usar un coche, eso sí, reivindico que el vehículo responda a necesidades, no sea el más grande que puedo pagar, ni el más potente y lo usemos cuando realmente se necesite. Y digo esto no sólo para criticar este consumismo tantas veces desmesurado sino porque la realidad de nuestra Tierra ya no sostiene tanto capricho consumista y de estatus social. Más allá de esta reflexión a favor de la austeridad y de la ecología, ambas deberían de ser cada vez menos opción y más necesidad/obligación, me gustaría que nos paráramos a pensar por un momento en nuestras imágenes de cómo viene Dios hacia mí, cómo me visita, desde quién se hace el encontradizo con mi historia.

Tras la contemplación del texto anterior descubrimos que no importa cómo venga Dios, es más, aviso para posibles despistados, viene modesto, cabalgando en un asno, pero ese no es el mensaje, lo verdaderamente significativo, la Buena Noticia: es que Dios viene hacia ti, no importa cómo o en qué viene, sino que viene, ese es nuestro motivo de júbilo y alegría.

Dios viene a ti aunque no lo veas, aunque en tu cabeza sea imposible asociarlo con quien va montado en ese borriquillo con el que te topas todos los días, que viste de cualquier manera, en la persona o signo de esperanza que vive a tu lado siendo semilla de mostaza, en cualquiera que siga hoy a pesar del cansancio, la rutina y las prisas levantándose cada mañana con la sonrisa en los labios para afrontar el día y bregar por la justicia y el bien en un mundo vendido al poder y al dinero.

Dios vive y viene a ti en quienes vivan así, a pesar de su apariencia, esconden a Dios en su interior, mejor aún: ellos lo muestran, aunque nos cueste reconocerlo a nosotros en ellos, son ‘borriquillos’ a través de quiénes Dios viene hacia ti, porque Dios siempre vuelve su cara para sonreírte y acogerte.
¿No estarás esperando grandes vehículos o signos, para descubrirle? ¿No se te habrá pasado descubrirlo a lomos de tanta gente buena cómo te rodea? ¿No habrás cometido el error de considerar a dicho transmisor como un tonto, un iluso, un soñador, un utópico?, un mero asno, al fin y al cabo.

Porque el Señor de cielo y tierra no se monta en lomos de cualquiera, no acepta sobornos, no quiere sacrificios sin misericordia, no habita en quienes sólo se pavonean de si mismos, en quienes cultivan y miran más el aspecto externo que el interior, no entiende de despilfarros, ni de halagos de palabra, sino de alabanzas sinceras, de quien vive la vida con humildad y autenticidad, de quien construye y se construye desde el barro en que ha sido creado para amar.
Dios no se monta en coches de lujo, ni en profesionales que sólo esperan el reconocimiento de sus colegas y gentes de poder, ni en quienes no asumen la austeridad y el reciclaje, el Dios de Jesús no cabalga a lomos de cualquiera por mucha plata que tenga, porque su barómetro es otro, así que agudicemos la vista, espabilemos el oído y entrenemos bien el corazón para ser capaces de verLo venir hacia cada uno de nosotros, no sea que lo ignoremos porque esperamos que venga montado en otro medio. Porque quien mejor lo conoce ya lo dejó dicho: «has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor».

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