(Mc 6, 30-34) «Venid vosotros a solas a un lugar desierto a descansar un poco». Esta escena da una luz potente sobre cómo afrontar el discipulado. Estará marcado por una tensión interna. Por una parte, se trata de una vida desbordada de actividad. Los discípulos se encuentran con multitud de precariedades, en respuesta a ellas, realizan una labor ingente e imparable. Literalmente, no hay espacio «ni para comer». Pero, por otra parte, Jesús conciencia a sus discípulos de que ese activismo erosiona. Les propone entonces descanso. No es un mero corte, es descanso que pretende la recuperación de lo esencial en «un lugar solitario». Podemos suponer que así lo hizo frecuentemente en el marco de una itinerancia intensa, durante la cual se reproduciría la misma escena: quienes buscan al grupo «fueron corriendo por tierra a aquel sitio y se les adelantaron», La tensión entre acción y contemplación modula el seguimiento de Jesús. Presume un discernimiento constante ante un mundo muy crucificado
(Jn 20, 1-2. 11-18) Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas? Si aventuráramos una especie de protocolo para la Resurrección, uno pensaría lo de san Ignacio: el Resucitado se aparecería a su madre antes que a nadie más. Después habría procedido con los discípulos y con los diferentes circulos que se constituyeron en torno al Maestro. Pero el Resucitado no opera así. El primer paso protocolario que elige es aparecerse a María Magdalena. La comunidad primitiva lo tuvo claro: fue ella, y no otros, el testigo inicial. Hay algo en esa dignidad que convierte a María Magdalena en prototipo de creyente. Y es que decide ir al sepulcro, lo que ninguno de los discípulos siquiera intenta. Es una decisión cargada de resolución, «de madrugada», «cuando todavía estaba oscuro». En el gesto se ha querido ver el afecto de María Magdalena a Jesús y su forma de realizar su duelo. Pero también se ha vislumbrado la dinámica propia de la fe: creer nos impulsa a dirigirnos en contra de la desolación. María
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