11 de febrero de 2024 6º Domingo Ordinario. Ciclo B. MARCOS 1, 40-45.

 

Metro, boulot, dodo... 

Me acordé ayer de esta expresión parisina que podriamos traducir como "Metro, curro, cama" y viene a definir una jornada cotidiana monótona, insulsa, mecánica y repetitiva, una vida estancada, una existencia zombi, una esperanza más muerta que viva. 

Lo que llamamos vida ordinaria cada uno de nosotros no es la misma vida para todas las personas porque no todas la desarrollamos de la misma manera. Para unas, el día a día resulta monótono: la misma hora, las mismas cosas, con la misma gente y a los mismos sitios (lo básico lo tenemos asegurado). Pero para otras, que carecen de lo necesario, su día a día resulta una lucha permanente por la supervivencia. 

Marcos nos presenta en el primer capítulo de su evangelio lo que podríamos llamar una «jornada tipo» en la vida de Jesús. En ella destacan la enseñanza, la oración, los exorcismos y las curaciones de enfermos. El pasaje de hoy nos propone la curación de un leproso. Jesús se acerca y pregunta. Porque la vida de Jesús es de todo menos monótona. No se está quieto en un lugar, su actividad no está determinada por un oficio ni por una familia.
El viene para la relación con las personas de la vida y para el encuentro sanador que ayuda a descubrir lo más importante para el crecimiento personal y colectivo en la vida social.
 
Jesús escucha y toca.
Al acercarse a la vida de la gente escucha sus alegrías y sus penas, lo que posibilita la vida en común y lo que hace que superemos  nuestra marcha individual y encerrada. Pone en relación la vida con una sanación plena, con una superación de la ley que frena las posibilidades de la realización continuada de una sociedad de iguales. 
Por eso la mirada de Jesús a las personas es siempre a su interior y a las ganas que tienen de sentirse salvadas de todo aquello que dificulta su desarrollo como personas individuales, pero también como personas sociales que necesitan ambientes sanos, relaciones positivas y caminar juntas hasta encontrar una vida en plenitud. Sentirse así tocadas por Jesús. 

Jesús invita, pero no impone. Llama la atención el poco caso que el leproso hace al mandato de Jesús: «No se lo digas a nadie. Preséntate al sacerdote». Ambos se refieren al cambio externo: limpieza de la piel y constancia escrita de su vuelta a la sociedad de los puros. Lo que para Jesús era algo ordinario («bendecir» = decir bien de cualquier persona que es hija de Dios), se convierte en extraordinario para el leproso. Y eso hay que pregonarlo, contarlo a la gente, no guardarlo para uno mismo y conseguir que cualquier persona se acerque a Jesús y sienta su mirada compasiva y sanadora. 

Podemos imaginar a este hombre ante una disyuntiva: gritar la Vida o alegrarse en bajito. ¿Cómo no vocear esta nueva vida que se le regala cuando toda la vida lleva gritando la muerte? Jesús lo fía todo al criterio de este hombre. La decisión del leproso de convertirse en profeta y vocear para contagiar esa esperanza que se ha hecho realidad en su vida, 

Para cualquier comunidad cristiana es motivo de gozo, de paz y de esperanza cuando algún miembro de la misma narra la vivencia de esa experiencia que le ha producido su encuentro con Jesús y con su Buena Noticia; bien en el silencio de su situación personal por sentirse rechazado o bien en el encuentro con la comunidad que nos acepta como somos.

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