En el Gólgota. VIERNES SANTO EN LA PASIÓN DEL SEÑOR.



 (Jn 18, 1 — 19, 42). 

+ «Está cumplido».

C E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu.

El Gólgota es la historia de la fidelidad del AMOR rechazado. Jesús sintió que Dios le pedía levar el Evangelio al Gólgota, que lo llevara a El, a su Dios-Padre.

Allí, en la cruz, debía entenderse que Dios no pondrá a disposición de Jesús su «guardia», aquellas «más de doce legiones de ángeles» que imagina Mateo. En la cruz, Dios es Dios más que nunca: no es sueño humano, no es proyección de intenciones ambivalentes. Dios no está en el palacio de Herodes, ni en el de Pilato, ni siquiera en el Templo. Está en otro sitio, de otro modo. A partir de entonces, si se quiere encontrar la Vida, hay que ir al Gólgota. Pero ¿por qué?

El Viernes Santo responde a esa pregunta plantando la cruz de Cristo junto a otras cruces: las del Gólgota y las que después se irán levantando en la historia. Nunca los seres humanos nos hemos
reflejado tanto en nuestra potencialidad de muerte como en la Pasión. En el Gólgota llegamos al extremo del desamor, el opuesto al del Jueves Santo. Justamente ahí, en ese límite, donde ya no hay nada sino fractura total de la esperanza, está el Hijo de Dios...

Y esa presencia es la única que nos puede salvar de nosotros mismos.

 

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