No endurezcáis hoy vuestro corazón; escuchad la voz del Señor.



(Jn 8, 51-59) «En verdad, en verdad os digo: quien guarda mi palabra no verá la muerte para siempre».

Las discusiones en que Jesús se enzarza con los fariseos tienen la forma de auténticas disputas teológicas. Al fin y al cabo, el punto crucial estaba en qué Dios se creía. Todo lo demás era consecuencia del credo que se quisiera defender. Eso explica la dureza de la confrontación. Jesús no la puede soslayar precisamente por lo que está en juego. Su argumento es que «conoce» a Dios como un Hijo tiene conocimiento de su Padre. En esa relación ya no hay tiempo, ni principio ni fin, sino presencia continua de uno a otro. Los fariseos carecen de teología suficiente para imaginar tal relación. Y no se sabe qué les da más vértigo: si un Dios que es tan próximo a la humanidad o una humanidad que es tan próxima a Dios.

Dios no se reservó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros: con él nos lo ha dado todo.

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