El pan de cada día.


(Jn 6, 1-15) «¿Con qué compraremos panes para que coman estos?».

La pregunta de Jesús cogió de improviso a los discípulos. Lo curioso en ella es que su Maestro no está insinuando ninguna exigencia insalvable e idealista para atender a la gente. Simplemente pide a sus discípulos que constaten de qué disponen, cuál es su punto de partida. Una pregunta así despierta la conciencia de que, a la hora de responder a cualquier necesidad, algo factible es nuestro y no de otros. Ningún sueño se construye sobre el vacío, sino sobre la voluntad de poner en juego lo que es propio. Dios lo hará fructificar, como sucedió en la multiplicación de los panes: aquella eucaristía que reveló que todo será diferente si conocemos lo que puede dejar de ser nuestro. Lo cotidiano se hace banquete fraternal.

Basta ofrecernos con generosidad y dar lo que hemos recibido gratis. Basta con hacer el bien. El Espíritu de Jesús quiere hacer el bien a través de nosotros. Vivimos a veces calculándolo todo. El hecho de dar lo que tienes no debilita sino que fortalece. Compartir lo poco se multiplica en sobreabundancia. Abrirse al prójimo crea fraternidad y transforma a los individuos en compañeros.
 
Los cinco panes y los dos peces son la sencilla aportación que podemos hacer para llevar el Evangelio hasta los confines de  la tierra. 
 

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