El Resucitado rompe los cerrojos del miedo que nos aísla. 2º Domingo de Pascua. Divina Misericordia. Ciclo B.


(Jn 20, 19-31)  «Paz  vosotros».
 
Es el saludo de cada aparición del Resucitado, Dios nos trae siempre la paz, esta es la experiencia a cambio de nuestro miedo. Porque el miedo nos encierra en nosotros mismos, nos hace perder la perspectiva, nos bloquea en distintas situaciones y al final termina por ir “envenenando” el ambiente de nuestra vida. 
 
En algún momento siempre se nos abre una puerta cerrada. Sucede cuando damos con el significado profundo de algo en lo que no habíamos reparado antes. 0 cuando aparece una clave que libera anudamientos del corazón. O cuando hallamos la palabra adecuada que no encontrábamos. O cuando topamos con la moneda que se había perdido. O cuando comprendemos el pasado y nos atrevemos así al futuro. O cuando imaginamos el camino de la reconciliación que habíamos desahuciado. Literalmente, en algún momento vemos la luz en el mismo ojo del huracán. Entonces Dios nos recoge del fondo y nos insufla amablemente su Espíritu. El cristianismo está convencido de que eso pasa. Y mucho más habitualmente de lo que suponemos.
 
Pasa con frecuencia, porque el mundo está modelado en su interior según la Resurrección. Que Jesús resucitara no fue el final feliz, pero inesperado, de una historia contradictoria. Jesús resucitado se ha metido en el tiempo y avanza por él, de forma que continúa resucitando: genera la fe donde la fe sucumbe; imprime esperanza donde la esperanza desaparece; y firma compromiso donde el compromiso disminuye. Jesús resucitó, pero también resucita ahora. Y está, delante de nosotros, abriéndonos siempre puertas que estaban cerradas. 
 
Él rompe todos los cerrojos de ese miedo que nos aprisiona, dejando entrar un viento nuevo: El soplo del Espíritu Santo. 

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