Iglesia y misión. SAN MARCOS, evangelista, fiesta.



(Mc 16, 15-20) Proclamad el Evangelio a toda la Creación. 

La Ascensión, el momento final del misterio pascual de Cristo, es ocasión para el mandato que determina la vitalidad de la Iglesia a lo largo de la historia: «Id al mundo entero...». Para creyentes del siglo XXI, la palabra «mundo» tiene muchas connotaciones que inmediatamente brotan nada más pronunciarla. Bastantes son negativas. Kofi Annan, quien fue secretario general de las Naciones Unidas, afirmaba que lo que más le impresionaba de su cargo era el dolor que los seres humanos se infligían unos a otros. A ese «mundo» hay que ir. Esa es la buena noticia. El «mundo» no está visto para sentencia. Su estado definitivo dista de ser una condena. El Cristo que se sienta a la derecha de Dios pide que nos comprometamos con el presente de la humanidad. El Evangelio no claudica ante el mal. Propone caminos para arrostrarlo y convencerlo del bien. El Crucificado es la puerta para internarnos en la solidaridad fraterna con aquellos a quienes el desamor humano ha arrebatado la alegría de ser creaturas. Así dejaremos una estela impresionante de vida: los «demonios» se apartarán, nos comunicaremos con «lenguas nuevas», se protegerá de todo «veneno mortal», la enfermedad declinará. Es la declaración, en favor de nuestro «mundo», de la vida contra la muerte.
 
 

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