La unión con Cristo es la que da fruto. 5º Domingo de Pascua. Ciclo B.

(Jn 15, 1-8) El que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante. 

Jesús, antes de su Pasión, manifiesta repetidamente la unión que profesa a quienes lo siguen. Apela al verbo «permanecer» como una forma radical de compromiso mutuo. Cuando decimos que permanecemos, entendemos que relegamos a un segundo lugar lo que en nosotros no es esencial y ponemos a disposición de los demás cuanto somos. Solo podemos permanecer mientras estemos en y con lo que somos. Por ello, al decirnos que nos comprometemos a permanecer unos en otros, afirmamos que se puede contar totalmente con nosotros. Jesús insiste en que permanece. y eso es tanto como atestiguar que la ligazón fundamental con sus discípulos no se romperá por nada. Los sarmientos colgantes de una viña ponen imagen viva a esa relación. Las palabras de Jesús quieren conjurar la desesperación que sobrevendrá con su ausencia. Porque lo cierto es que en la Pasión, al final, casi nadie hizo nada en favor del que iba a ser crucificado. En cambio, sí fue consolador intuir que los discípulos no se alejaron totalmente unos de otros. Permanecieron de algún modo. Era suficiente para quien ya habla decidido hacerlo mucho antes que nosotros.

La iglesia necesita de una poda periódica, un desbroce que elimine las hojas, ramas y sarmientos secos, los aspectos accesorios o confusos, las realidades caducas y obsoletas que complican innecesariamente y entorpecen la permanencia de los sarmientos en la vid. Necesita constante renovación para llevar a cabo una Evangelización de  “pura cepa”.

(Postdata: Interesante el libro de Manuel Maria Bru Alonso, delegado episcopal de catequesis de la Archidiócesis de Madrid. “¿Ha fracasado la Nueva Evangelización? El desafio misionero de la acogida a cercanos, alejados y lejanos de la fe cristiana”. Ed. San Pablo.)