Nacer de nuevo.


(Jn 3, 7b-15). «Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre». 

Otro modo. Otro ángulo. Otro resquicio diferente por el que mirar las cosas. El Evangelio continuamente cuenta que hay salvación donde nadie creía que existía. Los que lloran encontrarán consuelo; los despreciados serán considerados; un mar vacío podrá ser motivo de una pesca milagrosa. Para que todo eso sea verdad, aunque suene raro, hay que ser de otro mundo. No podemos reproducir el actual. Necesitamos otra imaginación, otra sensibilidad, otra política, otra economía, otra paz...
 
Siguiendo a su Maestro, los discípulos se habían internado en un mundo diferente. Jesús no quería hacerlos especiales. Simplemente les pidió que nacieran de nuevo: que creyeran en el otro modo, en el otro ángulo, en el otro resquicio diferente por el que mirar las cosas. Esa es la gracia portentosa del Evangelio.

Hay que ser como el viento, hay que romper las cadenas y aceptar una libertad que nos desinstala. El nacimiento del Espíritu es como el viento: Estar dispuesto a dejarse llevar, a no tener todo bajo control. 

Renacemos, tenemos vida en Él, cuando contemplamos a Jesús en la cruz y somos atraídos por Él.

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