¡Rabbuní!


(Jn 20, 11-18) «Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?».

Si miramos con los ojos materiales, a menudo podríamos decir, mirando al mundo, a nuestra sociedad, al padecimiento de tantos: “Se han llevado a mi Señor, y no sé dónde lo han puesto”. Han eliminado a Dios de la sociedad y se han creado nuevos ídolos, pero no sabemos dónde han puesto a nuestro Señor y no sabemos ver o reconocer al Cristo que tenemos delante nuestra. La Pascua, los encuentros con el Resucitado, suponen un proceso en nuestra mirada que va desde los ojos materiales a los ojos de la fe. De ese modo pasaremos como, María Magdalena, de la duda y pesadumbre al no saber dónde han puesto al Señor, a la certeza y seguridad de quien afirma: «He visto al Señor y ha dicho esto», tras exclamar llenos de alegra: «¡Rabbuní!»,

Para san lgnacio de Loyola el «oficio» de Jesús resucitado es transmitir consolación. La desolación, en cualquiera de sus versiones, hay que interpretarla como tránsito hacia el gozo. El Resucitado libera de abatimientos a quienes están secuestrados dolorosamente por ellos, que les restan la libertad para impulsar el Reino. Por eso, Jesús vuelve a llamarnos por nuestro nombre, al igual que hizo con María Magdalena, y en todas y cada una de las escenas vocacionales del principio. Esta vez, sin embargo, nos convoca desde la certeza de la alegría. El secreto de la vida no es la cruz, sino la Pascua. 
 
Y la Pascua es la que nos pregunta por qué lloramos... cuando ya no debemos hacerlo. 

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