Rebaño liberado.



(Jn 10, 22-30). Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano.

En el marco de la necesidad actual de gobernanzas verdaderamente humanizadoras, la liturgia nos ofrece hoy unas escuetas palabras de Jesús, con las que da contorno a su concepto de la autoridad. Su afirmación «mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen» pone el acento en el factor humano como clave del servicio de la autoridad. Para Jesús, quienes pretenden seguirlo son mucho más que meros partidarios de un proyecto, sometidos gregaria o dócilmente a la voluntad ajena, arremolinados dentro de una especie de masa anónima y aletargada, sin criterio ni decisión. Por el contrario, media un conocimiento profundo de la singularidad de cada uno. El Evangelio «personaliza» y «vincula». Y eso es como decir que los liderazgos auténticos lo son porque escuchamos en ellos nuestros nombres. Nos sentimos realizados en toda nuestra integridad personal. Cristo nunca nos somete ni hace de nuestra existencia una realidad sumisa o esclavizada. 
 
Jesús nos libera, nos da la vida eterna. Nadie nos arrebatará de su mano, ni de la mano del Padre pues Jesús y el Padre son uno. 
 
 
 

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