Sus manos y sus pies: el Crucificado es el Resucitado. 3 Domingo de Pascua. Ciclo B.


(Lc 24, 35-48). «Así está escrito: el Mesías padecerá y resucitará de entre los muertos al tercer día». 

Ante el Crucificado, los discípulos habían puesto en cuestión cuanto vivieron con su Maestro. Reniegan internamente del pasado común. Lo califican como una ilusión fraudulenta. La cruz les remueve la base de los recuerdos: las mil y una vivencias de las que quedaron cuajados los casi tres años intensos de trato con Jesús. Los discípulos acaban desmemoriándose. Delante no hay ya camino, solo callejones sin salida, derroteros sin sentido, viajes a ninguna parte. El grupo está a punto de diluirse en huida en todas direcciones. Desapareció el sueño, se esfumó el sentido. Se declaran definitivamente huérfanos de esperanza... 

Pero  el Resucitado, en varias de sus apariciones, se encarga de apuntalar continuamente que El es el mismo que el Crucificado que se quiere olvidar. Muestra su cuerpo, sus heridas y hasta su forma habitual de estar con sus discipulos. Es él, el Maestro, el que ahora se ve. Se corresponde con lo que fue. Valieron las parábolas, los milagros, las llamadas y los gestos. El Resucitado no es ningún espíritu fantasmagórico. Da la casualidad de que es muy concreto: tanto como el Nazareno. 
 
Por ello, hay que recuperar la memoria y volver sobre cada detalle de lo que fueron los tres años vivídos juntos. Resulta que todo eso iya estaba hablando de la Resurrección!
 
 

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