«Vosotros sois testigos de esto».



(Lc 24, 35-48). «¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro corazón? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona». 

Desespera la renuencia a creer en quienes van siendo avisados de la Resurrección. Lo entendemos perfectamente: la Resurrección exige el máximo de nuestra capacidad humana de confiar. No se puede creer en algo mayor. Toda la fuerza de la que dispone nuestra fe la pide para sí el Resucitado. La dificultad principal está en reaprender la vida desde una confianza con tales proporciones. 
 
La Resurrección reclama una fe atrevida, que nos impulsa a pisar el suelo inestable de la historia humana según los mismos senderos que hizo el amor crucificado de Jesús. Con un matiz: por haber resucitado, sabemos que El no dejará de andarlos delante de nosotros.

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