Fe y alegría plena.


(Jn 15, 9-11) Permaneced en mi amor para que vuestra alegría llegue a plenitud. 

En muchas ocasiones es posible la paradoja de que los árboles no nos dejen ver el bosque. De que las legítimas devociones, romerías y tradiciones populares opaquen lo primordial, empalidezcan el camino de la Pascua, el tiempo más importante de nuestra fe en el que el discípulo llega a la culminación de permanecer en el amor de Cristo Resucitado y vivir así la alegría plena y definitiva.

¿Hasta dónde podemos llegar a entregarnos cuando decimos que queremos a alguien? La respuesta que demos dependerá mucho de los patrones que hemos interiorizado principalmente a través de nuestra biografía. Pero el denominador común de ellos sería fácil de obtener: queremos como hemos aprendido a querer... Jesús remite a su procedencia para avalar y describir su entrega personal. Ama según el amor que ha asimilado de su Padre. Ese amor le invita a permanecer con El, pero a permanecer igualmente con sus discípulos. Es amor que se expande en una comunión cada vez mayor, por la que fluye la vida para alegría de quienes la experimentan. Todo será insuficiente mientras no se ame ya hasta el extremo.
 
 Así la alegría será plena. Jesús añadiría que como la que Él percibe en su Padre.
 
 
 
 

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