Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. VII DOMINGO DE PASCUA. ASCENSIÓN DEL SEÑOR, solemnidad. AÑO B.


(Mc 16, 15-20) Fue llevado al cielo y se sentó a la derecha de Dios. 

La Ascensión traza un abrazo entre el cielo y la tierra. Es el abrazo que nos veda concebir la tierra y el cielo separados una de otro. La Ascensión es eso que le sucede a Jesús resucitado por lo que nos confirma que todo Él (su vida concreta, su palabra, sus deseos para la humanidad, las luchas que afronta para realizarlos, su modo de amar, sufrir y morir) está, ni más ni menos, en el centro del cielo allí donde imaginamos a Dios mismo. Todo lo humano de Jesús se halla en Dios. Es decir, en el cielo reside un vecino de Nazaret, el «hijo del carpintero», el maestro itinerante de Galilea y Judea. La tierra está arriba. Cuanto somos como humanidad es, por fin, escuchado, entendido y acogido en el cielo. Dios conoce nuestro idioma... Pero la Ascensión nos anima a recordar también que Dios ha dejado de ser un extraño para nosotros. Ha expresado su «misterio» en su Hijo, por cierto, un nazareno avezado a profesiones manuales. No tiene más palabras. No tiene más hechos. Dios, y no otro, es quien ha estado en la tierra. El ser humano conoce igualmente el idioma de Dios.


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