Permaneced en mi amor. VI DOMINGO DE Pascua. Ciclo B.



(Jn 15, 9-17) Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. 

Jesús conoce la ambivalencia del amor. Sin embargo. fue precisamente en la Última Cena donde no duda en proclamar el amor como la clave del Reino. Aquella cena de despedida habría sido mucho más propicia para hablar de otra cosa, ya que la infidelidad y la traición ocupaban puestos a la mesa. Jesús, en cambio, exige el amor con una rotundidad inusual. Es el amor quien impide que se tracen escalafones. En él no hay «siervos». Y consigue que asi sea, porque no recurre a la violencia para resolver conflictos. Ya se sabe: la violencia, a la postre, sojuzga y abaja, fractura, deshumaniza, separa y mata. Tal deriva se encuentra en las antípodas de lo que pretende el amor reclamado por Jesús. El Evangelio postula un amor que solo se puede entender como dinámica constante de fraternización, incluso de amistad. Al sentenciar aquello de «vosotros sois mis amigos», posiblemente esté resumiendo el meollo de toda la Revelación: Dios está empeñado en crear y recrear un mundo urdido internamente de relaciones humanas. 
 
Amar, por eso, no es opción, sino un mandamiento.
 

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