Que os améis unos a otros como yo os he amado.



(Jn 15, 9-17) No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido. 

En todos los evangelios late la confianza en que nuestra interioridad es lugar de especial revelación de la fraternidad. Se trata entonces de llegar a ella para descubrirlo. Sin embargo, no hay viaje más difícil que el que se emprende hacia el centro de nosotros mismos. Podemos quedarnos entrampados al llegar a ese espejo que tenemos todos y que nos devuelve la imagen de nuestro rostro, para enzarzarnos así en nuestro narcisismo. Los evangelios invitan a derribar ese espejo. Dios espera detrás y nos señala otro camino por hacer aún hacia el mundo y su historia, el espacio en que nuestros hermanos y hermanas se debaten en sus desafíos... 
Y está más que comprobado: el amor, y nada más que el amor del que habla Jesús, es capaz de romper ese tipo tan especial de espejos.
 
 

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