«Sígueme».


(Jn 21, 15-19) Apacienta mis corderos, pastorea mis ovejas.

El diálogo de Jesús resucitado con Pedro en el lago explica que seamos hoy Iglesia. El Maestro situó a su Discípulo donde nunca deseamos estar nadie: en la conciencia de cuán débil es nuestro querer. Pedro, tras ser preguntado insistentemente por la fortaleza de su amistad, aceptó que el suelo de su corazón era rompible. Pero Jesús no pretendía recriminar a su amigo. Buscaba asegurarle que podia contar con El. Jesús vino a confesarle que se sentía conmovido por quienes solo son capaces de amores fragilizados e inconstantes y aun así intentan seguir amando. A esos amores Jesús ofrece toda su fidelidad. Y esa fidelidad es justamente el pilar que, en Pedro, sostiene a toda la Iglesia.

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