El sembrador duerme. La semilla germina... crece...


(Mc 4, 26-34) Es la semilla más pequeña, y se hace más alta que las demás hortalizas. 

La fe en el Cristo que vivió largamente en Nazaret
para luego meterse dentro de las murallas de Jerusalén nos invita a reconciliarnos con lo pequeño. La imagen de un grano de mostaza es demasiado contundente como para interpretarla mal. Jesús no la usa para instalarnos en el conformismo. Las dimensiones de lo que no va bien y de lo que puede ir peor son. descorazonadoras. Es muy fácil comprobarlo en un mundo globalizado que viraliza exponencialmente cuanto puede hacer daño. Pero, a pesar de ello, Jesús mira con especial cariño el potencial de lo «micro»: la más diminutas
 de las semillas llega a ser la más alta de las hortilizas. La transformación del Evangelio es de abajo arriba. En el marco estrecho de lo ínfimo hay oportunidad para lo máximo. Así que cada noche deberíamos contar las estrellas hasta que nos llegara el sueño. No sabríamos exactamente
las que llevaríamos registradas. Los números se nos perderian. Pero no lo tendríamos que dejar de hacer, a pesar de que el empeño es imposible. Y es porque pacifica comprobar que hay algo mucho mayor que nosotros que nos susurra su secrelo: su infinito no es incalculable. Está hecho de mundos finitos, como los nuestros, donde lo pequeño puede llegar a ser grande.

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