He visto al Señor y ha dicho esto. SANTA MARÍA MAGDALENA, fiesta



(Jn 20, 1-2. 11-18) Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas? 

Si aventuráramos una especie de protocolo para la Resurrección, uno pensaría lo de san Ignacio: el Resucitado se aparecería a su madre antes que a nadie más. Después habría procedido con los discípulos y con los  diferentes circulos que se constituyeron en torno al Maestro. Pero el Resucitado no opera así. El primer paso protocolario que elige es aparecerse a María Magdalena. La comunidad primitiva lo tuvo claro: fue ella, y no otros, el testigo inicial.
Hay algo en esa dignidad que convierte a María Magdalena en prototipo de creyente. Y es que decide ir al sepulcro, lo que ninguno de los discípulos siquiera intenta. Es una decisión cargada de resolución, «de madrugada», «cuando todavía estaba oscuro». En el gesto se ha querido ver el afecto de María Magdalena a Jesús y su forma de realizar su duelo. Pero también se ha vislumbrado la dinámica propia de la fe: creer nos impulsa a dirigirnos en contra de la desolación. María Magdalena aborda el núcleo del dolor y penetra donde se escondió aparentemente la alegría. Sin paliativos, se enfrenta con la tristeza. La fe le confirma que el sufrimiento es limitado y que emergerá precisamente de quien lo neutraliza: el Dios de la vida.

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