Sembrar en tierra buena.
Somos el terreno donde el Señor arroja la semilla de su Palabra.
No estamos exentos de la dinámica del mal. Eso hace que ser creyente equivalga a estar vigilante para cuidar lo nuclear. Es una ingenuidad suponer que el mal nos es tangencial y nunca nos desafiará. Esa suposición es, en el fondo, una renuncia a la hondura. La parábola del sembrador viene a recordarnos que el futuro es de los profundos, no de los superficiales. En suma, aunque tengamos que estar alerta (iadiós a la tranquilidad absoluta!), aunque el conflicto nos enrede (iadiós a una vida sin problemas!), aunque nos tienten las soluciones fáciles (iadiós a transigir con lo políticamente correcto!), el Señor dice que lo recibido de Dios perdura y, sobre todo, fructifica según sea la profundidad de que nos dotemos.
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