Isabel y María.
(Lc 1, 39-45) ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?
La alegría que comparten Isabel y María a propósito
de este encuentro no queda constreñida al saber que han concebido. La concepción de sus hijos se ha producido
en circunstancias que solo pueden explicar con la etiqueta de lo excepcional. Su maternidad, una tardia y otra inesperada,
no ha seguido el curso habitual y consabido. Pero Isabel y María son conscientes de que aquellas naternidades inusuales construyen un mensaje que aün se mantiene en secreto. pero que muy pronto dejará de serlo. Saben que, en sus hijos, Dios explicitará su voluntad de salvación para la humanidad. Y como no lo había hecho antes. Las futuras madres están felices, porque algo definitivamente bueno para todos tendrá
lugar. Su maternidad viene a proclamar que Dios interviene y que sus hijos, en niveles muy distintos, concretarán ese paso decisivo de Dios hacia nosotros. Todo es ya muy inmi- nente. El tiempo de espera se ha agotado. Por esa razón, Isabel y María celebran no solo que la vida nace en ellas como madres, sino que, en sus hijos, está irrumpiendo la plenitud en el mundo. Por fin. Lo que hacen las dos primas es enton- ces felicitarse efusivamente por estar presenciando la llegada del Evangelio.
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