Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros
SAN JUAN 1, 1-18
Juan contempla en Jesús una paradoja que lo cruza
de principio a fin: a El, que es la Palabra, resulta que se le intentará acallar hasta enmudecerlo: «La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió». La conclusión es muy
descorazonadora: algo sucede en nosotros que termina repe- liendo la vida auténtica. La problematizamos, la es pesamos y la rechazamos. Dios, al revelarse, revela también ese lado
opaco nuestro, que nos traba en el desencuentro con El. Sin embargo, en este día de Navidad celebramos que Belén
rompe los pronósticos de que ese desencuentro se perpetua- ría. Quien nos ha nacido es la «luz verdadera», aquella «que
alumbra a todo hombre». Y lo que queda fuera de su haz de claridad podemos estar ciertos de que no conduce a nada. Jesús lo formulará muchos años después de su nacimiento.
Cuando ya está a las puertas de su Pasión, es decir, cuando el desencuentro entre Dios y la humanidad podía estar lle- gando a un punto irreversible de ruptura total, afirma a sus discípulos que «el Príncipe de este mundo está juzgado (Juan 16, 11). Juan tenía razón: la Palabra se había hecho carne y había acampado entre nosotros..., para no dar marcha atrás desde entonces.
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