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Mostrando entradas de abril, 2024

Paz de Cristo, paz del mundo.

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(Jn 14, 27-31a) La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. En su visión sobre la última cena, a Juan le importa mucho recoger cómo Jesús habla de su futura ausencia: vendrá con una muerte inminente, todavía negada por sus discípulos. Su Maestro sabe que se encuentran ante un desafio nuevo en su seguimiento. Les pide que no se instalen en el miedo como único reducto para superar su desaparición. Les ofrece paz, presencia y alegría.  La batalla del Evangelio pasa por un trance mortal, pero no terminante. El «Príncipe del mundo» dictaminará la cruz y citará al Hijo de Dios en el Gólgota. Pero para cuando eso suceda, Jesús anima a sus discípulos a seguir «creyendo». Es en la fe como la ausencia, en realidad, se hará presencia: esa presencia con sabor a una «paz» distinta, donde toda muerte finalmente muere y nace la vida. No es una paz de quietud, paz de cementerio, sino una paz de eterna Vida.  Es una paz que vence en medio de la turbación, porque es la expresión

Su carga es ligera.

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(Mt 11, 25-30) Has escondido estas cosas a los sabios, y las has revelado a los pequeños.   El Evangelio avisa de que el mundo no es nada opaco para quien lo mira desde la sencillez. La «gente sencilla» lo capta desde lo esencial y descomplica las cosas. Su secreto para conseguirlo es la confianza. Solo quien se nutre de la confianza provoca que se pierda el miedo a que nos manifestemos como somos. De esa forma, expresamos también lo que necesitamos. La oración nace espontáneamente entonces. La «gente sencilla» carece de reparos para elevar los ojos y dialogar con el Dios que vela por todos. No puede ser de otro modo: Él es el Señor de las creaturas limitadas y, sin embargo, tan agradecidas porque les deja ser lo que simplemente son.  

La unión con Cristo es la que da fruto. 5º Domingo de Pascua. Ciclo B.

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(Jn 15, 1-8) El que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante.  Jesús, antes de su Pasión, manifiesta repetidamente la unión que profesa a quienes lo siguen. Apela al verbo «permanecer» como una forma radical de compromiso mutuo. Cuando decimos que permanecemos, entendemos que relegamos a un segundo lugar lo que en nosotros no es esencial y ponemos a disposición de los demás cuanto somos. Solo podemos permanecer mientras estemos en y con lo que somos. Por ello, al decirnos que nos comprometemos a permanecer unos en otros, afirmamos que se puede contar totalmente con nosotros. Jesús insiste en que permanece. y eso es tanto como atestiguar que la ligazón fundamental con sus discípulos no se romperá por nada. Los sarmientos colgantes de una viña ponen imagen viva a esa relación. Las palabras de Jesús quieren conjurar la desesperación que sobrevendrá con su ausencia. Porque lo cierto es que en la Pasión, al final, casi nadie hizo nada en favor del que iba a ser crucificado. En cam

Ser la sal y la luz. Misión del discípulo.

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(Mt 5, 13-16) Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte.  En buena teología, cada persona posee algo propio que aportar. Todos somos coprotagonistas de la historia de salvación. Todos escribimos una palabra en el texto de la vida deseada por Dios. Todos contribuimos con aquello que no es reemplazable por nada. La fe es vereda que revela eso que debemos dar. No es uniforme, sino múltiple; no es accidental, sino continuo. Se trata de una aportación que corresponde a nuestra vocación. El Evangelio se convierte así, primero, en un proceso hacia dentro, por el que descubrimos nuestro «para qué»; y, después, en un proceso hacia fuera, por el que vivificamos el mundo con «sal» y «luz». Pero las nuestras: las que ha puesto Dios en nuestras manos para el bien de todos. Somos sal y luz en la medida en que nuestro mundo está cada vez más cerca del Reino de Dios. Ni sal sosa, ni luz tenebrosa: seamos Sal que sala y Luz que brilla. Candelero de esp

Iglesia y misión. SAN MARCOS, evangelista, fiesta.

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(Mc 16, 15-20) Proclamad el Evangelio a toda la Creación.   La Ascensión, el momento final del misterio pascual de Cristo, es ocasión para el mandato que determina la vitalidad de la Iglesia a lo largo de la historia: «Id al mundo entero...». Para creyentes del siglo XXI, la palabra «mundo» tiene muchas connotaciones que inmediatamente brotan nada más pronunciarla. Bastantes son negativas. Kofi Annan, quien fue secretario general de las Naciones Unidas, afirmaba que lo que más le impresionaba de su cargo era el dolor que los seres humanos se infligían unos a otros. A ese «mundo» hay que ir. Esa es la buena noticia. El «mundo» no está visto para sentencia. Su estado definitivo dista de ser una condena. El Cristo que se sienta a la derecha de Dios pide que nos comprometamos con el presente de la humanidad. El Evangelio no claudica ante el mal. Propone caminos para arrostrarlo y convencerlo del bien. El Crucificado es la puerta para internarnos en la solidaridad fraterna con aquellos a qu

Gracia y libertad.

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(Jn 12, 44-50) Yo he venido al mundo como luz, y así, el que cree en mí no quedará en tinieblas.  Cuando la causa es justa, duele mucho la traición al compromiso dado. Para quien la sufre, se convierte en soledad cruenta. Jesús la experimenta mucho antes del Gólgota. Le conduce a deshacerse de apoyos y a caminar únicamente con la luz que su causa le presta. Aprende a vivir según él mismo, no según otros. Sus pasos no estarán alentados por camarilla alguna que los aplauda. Ha de ser fiel a lo que piensa; mucho más a lo que siente. Pero en esa fidelidad sabe que aflorará la infidelidad de otros, ligados a sus absolutos, ligados a la tiniebla paralizante y cegadora. Quizá Jesús esté recordando a los héroes y heroínas que, si quieren seguir adelante, han de vivir de la confirmación silenciosa que les dan sus sueños incomprendidos. Con eso les debería alcanzar. la salvación no se puede imponer, requiere de la cooperación humana, a la que Dios llama por medio de Cristo. Apela a nuestra liber

Rebaño liberado.

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(Jn 10, 22-30). Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano. En el marco de la necesidad actual de gobernanzas verdaderamente humanizadoras, la liturgia nos ofrece hoy unas escuetas palabras de Jesús, con las que da contorno a su concepto de la autoridad. Su afirmación «mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen» pone el acento en el factor humano como clave del servicio de la autoridad. Para Jesús, quienes pretenden seguirlo son mucho más que meros partidarios de un proyecto, sometidos gregaria o dócilmente a la voluntad ajena, arremolinados dentro de una especie de masa anónima y aletargada, sin criterio ni decisión. Por el contrario, media un conocimiento profundo de la singularidad de cada uno. El Evangelio «personaliza» y «vincula». Y eso es como decir que los liderazgos auténticos lo son porque escuchamos en ellos nuestros nombres. Nos sentimos realizad

Jesús, Puerta y Pastor.

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.  (Jn 10, 1-10). Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos. Fuera del redil amenazan ladrones, lobos y otros pastores interesados. Las ovejas no pueden exponerse, sin más, a tales riesgos. Su pastor es el que les posibilitará ir al pasto seguro. Jesús así lo atestigua con dos matices. En primer lugar, resulta que el redil dispone de una puerta sola. Es decir, la vida auténtica no es accesible a través de otras alternativas. El discernimiento para acertar con esa única vía de salida, la que señala la voz conocida del pastor, constituirá el ejercicio espiritual por excelencia en medio de otros señuelos falsos. En segundo lugar, la amenaza en torno al redil no es total. Hay una puerta que emboca a una senda que es segura: frente a cuanto la niega, la vida tiene su opción.. a pesar de todo. Jesús no es sólo el Buen Pastor, sino también la puerta del redil. Es una puerta abierta. El único modo de entrar en este rebaño y formar parte de él e

Habrá un solo rebaño y un solo Pastor. 4º Domingo de Pascua. Ciclo B.

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(Jn 10, 11-18) El buen pastor da su vida por las ovejas.  Jesús es fiscalizado. Ha de  aclarar continuamente que su modo de ejercer el poder lo sitúa en las antípodas de lo que era usual. Trae la imagen de un pastor y su estilo genuino de velar por su rebaño. Por una parte, conoce a sus ovejas una por una. Les ha puesto nombre, No las numera, ni las cataloga, ni las cosifica como si fueran solo medio de producción. El pastor distingue hasta los andares y trotes de sus ovejas. Intuye en sus balidos cuándo están mal y cuándo se les cierne una amenaza. Por otra parte, el pastor se enfrentará a cualquier lobo que pretenda atacar a su rebaño. Se interpondrá para que sus ovejas no luchen directamente contra una fuerza que las pueda diezmar, a riesgo de que eso le cueste la vida. Con todo ello, Jesús es piedra de toque para cualquier dirigente. Les pregunta si su corazón ha sido seducido por quienes dirige. La cuestión crítica que ha de resolver todo poder es si está dotado de entrañas de emp

Vivir por Él.

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(Jn 6, 52-59) Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida.  Son muchas las evidencias de que hemos construido contextos locales y globales proclives a generar bolsas de soledad y desamparo. Una situación análoga rodeó a Jesús. Entonces, al igual que hoy, se ofrece como un tủ que quiere permanecer en y entre nosotros. Se brinda para inaugurar una relación fundamental que corte nuestro individualismo. Pero es con Él, con su «carne». y su «sangre», no con un sucedáneo de sí mismo. Jesús pretende ser ese tú que anhelamos y que, sin embargo, soslayamos. Nos considera interlocutores libres como para amar y ser justos. Intenta formar parte de nuestra historia para que fornemos parte de la suya...   Ese puede ser el principio sólido, por fin, de un mundo mucho más reconciliado, donde las soledades y los desamparos sean solo recuerdos de leyendas pasadas.    

Carne por la vida del mundo.

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(Jn 6, 44-51) Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo.  Así como la multiplicación de los panes pudo ser un momento estelar de la vida pública de Jesús, la aclaración posterior de lo que fue aquel signo supuso una crisis. Para escándalo de muchos, Jesús aparta del Evangelio las búsquedas pasajeras de felicidad. La abundancia del Pan multiplicado nada tiene que ver con ellas. Jesús nos quiere situar en otro nivel. La vida, la que solo El da, no expira. Es alimento imperecedero. Pan que no endurece. Sustento que no caduca. Pero brota de una libertad excepcional, de la que Jesús es portador: la libertad que, por amor, relativiza los deseos egocéntricos de autoafirmación. Esa es la paradoja: la vida que se dona se eterniza, ise convierte en vida de Dios!    Y sí, esa vida contagia y provoca finalmente el milagro: hace que el ser humano «no muera».   

Ver y creer.

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(Jn 6, 35-40) Esta es la voluntad del Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en él tenga vida eterna.  Es dificil asumir la vida y cuanto exige si el mundo lo juzgamos vacío, abandonado a su propio albur, como una contingencia continua ante la que lo mejor es guarecerse bajo la suerte que nos toque a cada uno. Ese mundo es el que, en principio, parece el más real. Jesús pide, sin embargo, que enfoquemos más nuestra mirada, porque vamos a descubrir una intención benevolente detrás de todo. La realidad está bajo una voluntad que la apadrina y protege. Dios está decidido a que «no se pierda nada». Por ello en la Pascua caminamos hacia el convencimiento de  cómo Dios, en Cristo Jesús Resucitado, se nos da por completo. Tal voluntad de entrega convierte al mundo en un hogar. Y ese es el mundo más real. La casa común de todos cuantos ven al Hijo y creen en Él. 

El pan verdadero.

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  (Jn 6, 30-35). No fue Moisés, sino que es mi Padre el que da el verdadero pan del cielo.  Jesús se atreve a prometer todo: «El que viene a mi no pasará hambre, y el que cree en mí nunca pasará sed, Se postula como quien puede serenar íntegramente nuestras penurias, todas ellas y de una vez para siempre. Sin embargo, su existencia pobre, casta y obediente parece el contrapunto a esa proposición de abundancia. Jesús vive según desposesiones bastante radicales que ponen entre paréntesis hasta necesidades muy básicas. Es un itinerante, a quien se le ve acostumbrado a la precariedad. Y repasando sus palabras, es verdad que Jesús únicamente habla del Pan «de la vida», «del cielo» y «de Dios», Es el alimento «verdadero» que nutre de libertad: esa libertad que facilita desposeerte para darte totalmente, porque ya no sientes ni hambre ni sed alguna.    «Señor, danos siempre de este pan».  

Trabajar por otro pan.

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(Jn 6, 22-29) «Trabajad no por el alimento que perece, sino por el que perdura para la vida eterna».  En torno a Jesús se agolpaba mucha gente. Algunos, simplemente, porque sacaban tajada de estar cerca: Pan y peces gratis. Otros, porque las palabras de Jesús les ayudaban a encontrar el sentido de la vida. Muchos, seguramente, por curiosidad...  En Jesús mucha gente está buscando lo que siempre anhela la humanidad: un golpe de gracia a sus necesidades hasta satisfacerlas definitivamente. Es el sueño repetitivo de cualquier generación, innato al ser humano ante su estado persistente de carencias. Así que a Jesús se le formula el mismo deseo: que nos haga autónomos frente a  nuestra precariedad. Es curioso que no rechace ese deseo. No le parece inadecuado, ni absurdo. Solo que se ofrece a sí mismo como solución. Y se ofrece a sí mismo para que estemos, nosotros y nuestras necesidades, en relación con El. En esa relación entenderemos mejor qué es lo que precisamos de verdad y por qué lo o

Sus manos y sus pies: el Crucificado es el Resucitado. 3 Domingo de Pascua. Ciclo B.

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(Lc 24, 35-48). «Así está escrito: el Mesías padecerá y resucitará de entre los muertos al tercer día».  Ante el Crucificado, los discípulos habían puesto en cuestión cuanto vivieron con su Maestro. Reniegan internamente del pasado común. Lo califican como una ilusión fraudulenta. La cruz les remueve la base de los recuerdos: las mil y una vivencias de las que quedaron cuajados los casi tres años intensos de trato con Jesús. Los discípulos acaban desmemoriándose. Delante no hay ya camino, solo callejones sin salida, derroteros sin sentido, viajes a ninguna parte. El grupo está a punto de diluirse en huida en todas direcciones. Desapareció el sueño, se esfumó el sentido. Se declaran definitivamente huérfanos de esperanza...  Pero  el Resucitado, en varias de sus apariciones, se encarga de apuntalar continuamente que El es el mismo que el Crucificado que se quiere olvidar. Muestra su cuerpo, sus heridas y hasta su forma habitual de estar con sus discipulos. Es él, el Maestro, el que ahor

ENTRAÑAS DE MISERICORDIA.

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Danos entrañas de misericordia frente a toda miseria humana. Inspíranos el gesto y la palabra oportuna  frente al hermano solo y desamparado.  Ayúdanos a mostrarnos disponibles ante quien se siente explotado y deprimido.  Que tu lglesia, Señor, sea un recinto  de verdad y de amor, de libertad,  de justicia y de paz,  para que todos encuentren en ella  un motivo para seguir esperando.  Que quienes te buscamos  sepamos discernir los signos de los tiempos y crezcamos en fidelidad al Evangelio;   que nos preocupemos de compartir en el amor las angustias y tristezas, las alegrías y esperanzas de todos los seres humanos, y asi les mostremos tu camino de reconciliación, de perdón, de paz... (tomado de las antiguas plegarias eucaristicas Vb/VC)

El pan de cada día.

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(Jn 6, 1-15) «¿Con qué compraremos panes para que coman estos?». La pregunta de Jesús cogió de improviso a los discípulos. Lo curioso en ella es que su Maestro no está insinuando ninguna exigencia insalvable e idealista para atender a la gente. Simplemente pide a sus discípulos que constaten de qué disponen, cuál es su punto de partida. Una pregunta así despierta la conciencia de que, a la hora de responder a cualquier necesidad, algo factible es nuestro y no de otros. Ningún sueño se construye sobre el vacío, sino sobre la voluntad de poner en juego lo que es propio. Dios lo hará fructificar, como sucedió en la multiplicación de los panes: aquella eucaristía que reveló que todo será diferente si conocemos lo que puede dejar de ser nuestro. Lo cotidiano se hace banquete fraternal. Basta ofrecernos con generosidad y dar lo que hemos recibido gratis. Basta con hacer el bien. El Espíritu de Jesús quiere hacer el bien a través de nosotros. Vivimos a veces calculándolo todo. El hecho de dar

Poseer la vida eterna.

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(Jn 3, 31-36) «El Padre ama al Hijo y todo lo ha puesto en su mano»  San Juan Bautista es quien está pronunciando estas  palabras. En ellas vuelve a sonar el camino de relativización de sí mismo respecto al que «está por encima de todos». Ante Jesús, Juan etiqueta su propio aporte como no definitivo. No tiene sino máximos para Jesús: es «el que viene de lo alto» y «el que Dios envió»; absolutamnente todo está «en su mano». El Bautista hace demostración de una extraordinaria capacidad de discernimiento sobre cuál es su misión. Es consciente de que su papel es limitado, simplemente un eslabón de una cadena que no termina. Jesús posee la preeminencia y Juan la señala: la novedad reside en el «Hijo», Cuanto disminuyamos en Él será paradójicamente lo que lleguemos a ser... hasta que Él sea todo en nosotros. El máximo poder consiste en dar vida, en derramar el Espíritu sin medida. Jesús nos pide fe, abrir la puerta, dejarnos invadir por la gracia que con Él llega. Creer que Jesús es el Señor

Buscando la Luz.

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(Jn 3,16-21). Dios envió a su Hijo para que el mundo se salve por él.  Un teólogo, no un tecnócrata ni un político, fue el que se dirigió en 2015 a la Asamblea de Naciones Unidas nara convencerla de esperanza. Citando a Pablo VI, el papa Francisco recordaba la encrucijada en que nos hallamos: «El verdadero peligro con el que se enfrenta la humanidad está en el hombre, que dispone de instrumentos cada vez más poderosos, capaces de llevar tanto a la ruina como a las más altas conquistas». Nuestra realidad está trenzada de Luz y tinieblas pero Dios lo tiene claro: frente a la opción por un mundo repleto de alambradas y muros, Él promueve su contraria. No son alternativas equivalentes. Esa claridad llega dificultosamente al centro del corazón humano, tan avezado a proscribir y condenar. Dios no viene a juzgar; solo a salvar. He ahí la «luz». iY ciertamente es cegadora! Tal vez nuestra búsqueda de la Luz pueda sintonizar con lo que San Juan de la Cruz dice sobre sus "Dichos de luz y am

Nacer de nuevo.

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(Jn 3, 7b-15). «Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre».  Otro modo. Otro ángulo. Otro resquicio diferente por el que mirar las cosas. El Evangelio continuamente cuenta que hay salvación donde nadie creía que existía. Los que lloran encontrarán consuelo; los despreciados serán considerados; un mar vacío podrá ser motivo de una pesca milagrosa. Para que todo eso sea verdad, aunque suene raro, hay que ser de otro mundo. No podemos reproducir el actual. Necesitamos otra imaginación, otra sensibilidad, otra política, otra economía, otra paz...   Siguiendo a su Maestro, los discípulos se habían internado en un mundo diferente. Jesús no quería hacerlos especiales. Simplemente les pidió que nacieran de nuevo: que creyeran en el otro modo, en el otro ángulo, en el otro resquicio diferente por el que mirar las cosas. Esa es la gracia portentosa del Evangelio. Hay que ser como el viento, hay que romper las cadenas y aceptar una libertad que nos desinstala. El nac

“Porque para Dios nada hay imposible”. ANUNCIACIÓN DEL SEÑOR, solemnidad.

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(Lc 1, 26-38) «Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús».  Entre el tiempo de María y el nuestro, hechas las correcciones pertinentes, hay sintonía. Uno y otro comparten el dolor de la esperanza que ha sido puesta en cuestión. En el mundo de María, las dificultades ahogaban la alegría. A lo largo de la fina frontera entre conformarse con lo posible y desear lo imposible, entonces y ahora muchos optan por asentarse en lo primero. Lo imposible no se cree. Y lo que es peor: quizá tampoco se desea. En esa tesitura, el ángel propone a María que se sume a la profesión de una fe peculiar: «Para Dios nada hay imposible». Dios aparece y aparecerá en medio de todas aquellas crisis donde nunca habríamos imaginado el inicio de solución alguna.    Nazaret se convirtió en la capital de esa fe. El mundo va a girar otra vez de un modo completamente distinto a partir de una alquería como era Nazaret, alejada de cualquier ciudad de renombre del Imperio, en la persona

Jesús.

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Jesús (Pedro Casaldáliga)  ¡Señor Jesús! Mi Fuerza y mi Fracaso eres Tú. Mi Herencia y mi Pobreza. Tú, mi Justicia, Jesús. Mi Guerra y mi Paz. ¡Mi libre Libertad! Mi Muerte y Vida, Tú. Palabra de mis gritos, Silencio de mi espera, Testigo de mis sueños. ¡Cruz de mi cruz! Causa de mi Amargura Perdón de mi egoísmo, Crimen de mi proceso, Juez de mi pobre llanto, Razón de mi esperanza, ¡Tú! Mi Tierra Prometida  eres Tú... La Pascua de mi Pascua. ¡Nuestra Gloria por siempre Señor Jesús!

El Resucitado rompe los cerrojos del miedo que nos aísla. 2º Domingo de Pascua. Divina Misericordia. Ciclo B.

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(Jn 20, 19-31)  «Paz  vosotros».   Es el saludo de cada aparición del Resucitado, Dios nos trae siempre la paz, esta es la experiencia a cambio de nuestro miedo. Porque el miedo nos encierra en nosotros mismos, nos hace perder la perspectiva, nos bloquea en distintas situaciones y al final termina por ir “envenenando” el ambiente de nuestra vida.    En algún momento siempre se nos abre una puerta cerrada. Sucede cuando damos con el significado profundo de algo en lo que no habíamos reparado antes. 0 cuando aparece una clave que libera anudamientos del corazón. O cuando hallamos la palabra adecuada que no encontrábamos. O cuando topamos con la moneda que se había perdido. O cuando comprendemos el pasado y nos atrevemos así al futuro. O cuando imaginamos el camino de la reconciliación que habíamos desahuciado. Literalmente, en algún momento vemos la luz en el mismo ojo del huracán. Entonces Dios nos recoge del fondo y nos insufla amablemente su Espíritu. El cristianismo está convencido d

El salto a la fe.

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(Jn 21, 1-14) « Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado»  «Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era»... Quedarnos dentro y cerrados no siempre es una gran idea. La Resurrección tira de nosotros para qwe salgamos de nuestros encastillamientos. Pone palabra a lo que no se pronuncia con el fin de sacarlo de sí mismo. Lo dota de nombres, ejemplos, historias y poesía...: todo eso que precisan nuestros callares, especialmente los dolorosos, para ir afuera donde la vida circula. Y es en el diálogo y el compartir como las penas sonríen, las dudas se desenredan y los sentimientos vislumbran esperanza. Jesús no siempre lo consiguió con sus discípulos. Callaron demasiado. Lástima de silencios llenos de miedos. Jesús les habría podido dar Palabra, la Suya, para serenar toda tristeza y sortear la tentación de la melancolía. Así lo intentó de nuevo al borde del lago.    La  voz del Resucitado nos desborda.. nos eleva y lanza hacia Él. Nos acoge, alimenta y

«Vosotros sois testigos de esto».

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(Lc 24, 35-48). «¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro corazón? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona».  Desespera la renuencia a creer en quienes van siendo avisados de la Resurrección. Lo entendemos perfectamente: la Resurrección exige el máximo de nuestra capacidad humana de confiar. No se puede creer en algo mayor. Toda la fuerza de la que dispone nuestra fe la pide para sí el Resucitado. La dificultad principal está en reaprender la vida desde una confianza con tales proporciones.    La Resurrección reclama una fe atrevida, que nos impulsa a pisar el suelo inestable de la historia humana según los mismos senderos que hizo el amor crucificado de Jesús. Con un matiz: por haber resucitado, sabemos que El no dejará de andarlos delante de nosotros.

¡Resurrección!

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Mi corazón llama a alondras y jilgueros a cantos de primavera, convoca la sinfonia de luz, flores, nuevos brotes, verdor de campos, aromas frescos y explendor en la hierba. Renace a una paz nunca imaginada pues las cosas no ocurren como las imaginas. Amar se ama cuando crees en la esperanza plena de una alegría fraternal y definitiva. El extraño milagro del Amor restaña heridas, ilumina senderos e inunda de auténtica Vida las opciones de muerte, las tristezas, los callejones sin salida y la desdicha inherente a cada día.    El Amor es pasión, es muerte, pero sobre todo es RESURRECCIÓN.     

El camino de la Resurrección.

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(Lc 24, 13-35) Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan. No podemos rendirnos a la evidencia y quedarnos en la pasividad del desaliento. Hemos de ponernos en camino, recorrer el itinerario que nos lleva a la compañía del Resucitado, a ser sus compañeros, a ompartir el pan con Él.   La huida de los discípulos hacia Emaús recuerda que no podemos protegernos del impacto de la muerte de Jesús. Hemos de permitirle penetrar por todos y cada uno de nuestros sufrimientos y ponerlo así delante de ellos. Nuestros dolores tienen que tornarse hacia el dolor único de la cruz para que salgamos de nosotros mismos. Ante el Crucificado, nos están vedados los rodeos al sufrimiento. Por allí donde creíamos que no podía sufrirse más, ya pasó Dios con su padecer, dejando el mensaje de que conoce nuestra soledad y colocando la suya a la vera de la nuestra. Esa es la gracia del camino hacia Emaús: ique lo hemos de recorrer necesariamente para celebra

¡Rabbuní!

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(Jn 20, 11-18) «Mujer, ¿por qué lloras?, ¿a quién buscas?». Si miramos con los ojos materiales, a menudo podríamos decir, mirando al mundo, a nuestra sociedad, al padecimiento de tantos: “Se han llevado a mi Señor, y no sé dónde lo han puesto”. Han eliminado a Dios de la sociedad y se han creado nuevos ídolos, pero no sabemos dónde han puesto a nuestro Señor y no sabemos ver o reconocer al Cristo que tenemos delante nuestra. La Pascua, los encuentros con el Resucitado, suponen un proceso en nuestra mirada que va desde los ojos materiales a los ojos de la fe. De ese modo pasaremos como, María Magdalena, de la duda y pesadumbre al no saber dónde han puesto al Señor, a la certeza y seguridad de quien afirma: «He visto al Señor y ha dicho esto», tras exclamar llenos de alegra: «¡Rabbuní!», Para san lgnacio de Loyola el «oficio» de Jesús resucitado es transmitir consolación. La desolación, en cualquiera de sus versiones, hay que interpretarla como tránsito hacia el gozo. El Resucitado liber

¡¡¡Venid a Galilea!!!

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( Mt 28, 8-15) «No temáis: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán» La Resurrección es quizá el tiempo más dificil para Jesús. Los evangelistas nos lo presentan intentando convencer de su vida resucitada a quienes no lo acaban de reconocer. Nadie cree a nadie. El Resucitado ha de ser persistente para poder ser acogido y conseguir así anular la tristeza que impera en su discipulado. A Jesús le costó menos dejar sentado que la cruz era paso forzoso para Él y para quienes lo siguieran que convencer de que la consolación era propiamente el umbral último del Evangelio.    La Resurrección es una incontenible y definitiva alegría de Dios, destinada a ser la incontenible y definitiva alegría de la humanidad.